Geles y pieles

Nuestra piel es un complejo ecosistema, que se podría comparar a un bosque o a una selva tropical. Vista al microscopio descubrimos que está viva. ¡Muy viva! En su superficie conviven gotas de sudor, grasa procedente de las glándulas sebáceas, células, linfocitos, queratina partículas de suciedad… Y también una serie de organismos vivos. Es lo que se conoce como microbiota o flora de la piel y está compuesta por bacterias, hongos, ácaros y virus. Entre 10 y 16 tipos distintos de hongos y unos 300 tipos diferentes de bacterias se alimentan de las cerca de un millón de escamas de piel que se desprenden de nuestro cuerpo cada día.
Todos estos componentes viven en equilibrio entre ellos y a su vez están en equilibrio con nuestra piel. Tanto es así, que, de hecho, no la dañan, sino al contrario. La flora es un excelente aliado para nuestra salud y ejerce una labor muy activa en nuestra piel, protegiéndola, como barrera física e inmunológica. Richard Gallo, profesor y presidente del Departamento de Dermatología de la Escuela de Medicina de la UC San Diego, afirma incluso que “una cepa de ‘Staphylococcus epidermidis’, común en la piel humana sana, ejerce una capacidad selectiva para inhibir el crecimiento de algunos cánceres”
Los problemas cutáneos vienen cuando se alteran los microorganismos que viven en armonía y se rompe la barrera que nos protege. Nuestra piel tiene un frágil mecanismo, perfeccionado a lo largo de miles de años de evolución, y no está hecha para ser agredida a diario con sulfatos, detergentes o micropartículas plásticas.
Esta agresión cutánea es una de las mayores causantes de que proliferen las atopias, los eccemas, la irritación cutánea y otras lesiones.
Por todos estos motivos es importante realizar una correcta higiene corporal. Debemos eliminar la suciedad, el sudor, el exceso de grasa y las partículas muertas si queremos mantener la piel limpia y sana y evitar el olor corporal desagradable. Pero debemos tener mucho cuidado de no romper el equilibrio de ese delicado ecosistema. Conviene evitar las exfoliaciones radicales, el uso excesivo de geles y limpiadores o los baños demasiado prolongados. Podemos creer que estamos haciendo un favor a nuestro cuerpo, pero, en realidad, estamos destruyendo la flora natural de nuestra piel y dejando espacio para que otros microorganismos oportunistas, algunos de ellos dañinos, colonicen su superficie.
Evitarlo no es difícil. Las siguientes sugerencias de hábitos de limpieza contribuyen a mantener la piel sana en la mayoría de las personas. (1)
Disminuir la duración del baño y la temperatura del agua. El agua muy caliente o los baños muy prolongados eliminan demasiada grasa de la piel y demasiada flora y alteran su pH natural.
Disminuir o incluso prescindir del uso de geles. En la mayoría de las duchas o baños es suficiente la acción del agua para hacer una limpieza correcta del cuerpo, sobre todo si se hace retirando la suciedad. En caso de usar gel o jabón sugerimos que tenga un ph ligeramente ácido, acorde al ph de nuestra piel, y usar una cantidad reducida.
Secarse retirando el agua en vez de frotando con una toalla. De esta manera eliminamos de forma más eficiente la suciedad y nos secamos de forma menos agresiva y más uniforme y, en lugar de extender las células muertas de un lado para otro, conseguimos que se retiren.
Esta forma de secado también deja una mínima humedad en el cuerpo, lo que permite, si se desea, aplicar mejor una crema hidratante después de la ducha o baño.
(1). Si a pesar de seguir estas pautas nota sequedad, exceso de grasa. picor o algún otro síntoma, puede tener un problema puntual en su piel. En ese caso le recomendamos visite a un dermatólogo.